«Ha sido una catástrofe y no es exageración alguna. Las cifras oficiales son de 52 muertos, pero muchos no las creen. La gente denuncia que vio cadáveres de niños flotando, y no aparece en los registros oficiales ningún niño. Sí: ver cadáveres arrastrados por el agua en plena ciudad. En la capital de la provincia más importante del país. Las víctimas fatales podrían haber sido muchísimas más si no fuera por los vecinos, por la gente común, muchos de los cuales salvaron a otros rescatándolos de los techos o de las casas inundadas o sacándolos de los verdaderos ríos en que se convirtieron las calles. Para darles una idea: autos y camionetas varados encima de los árboles.
La ciudad nunca había registrado algo de esta naturaleza, una inundación tan grande y que afectara tantos sitios. Es terrible decirlo, pero una parte de la gente murió por falta de experiencia; no sabían cuán rápido puede subir el agua ni esperaron que creciera tanto, y cuando quisieron escapar no pudieron hacerlo. A eso hay que sumarle la inoperancia extrema de las autoridades, no hay un plan de emergencia ni siquiera simple. Entre bomberos, defensa civil y alguno más no debían sumar más de una docena de botes o gomeros; ¿cuánto podían hacer ante una catástrofe así? La ciudad a oscuras, las vías de acceso a zonas anegadas tapadas por automóviles que habían quedado detenidos en las entradas a la ciudad (aquí hubo seis días de asueto y el temporal llegó justo al finalizar los seis días, así que regresaba mucha gente a esa hora de unas mini vacaciones), y quedaron atascados a las entradas de la ciudad. Hubo gente que pasó diez horas encerrada en un automóvil... Y con suerte, porque no les llegó el grueso del agua, sino morían ahogados dentro. En las zonas anegadas el rescate con los botes también era jugarse la vida, porque el agua arrastraba de todo, incluido autos, tenían que maniobrar para no ser chocados. En fin, los vecinos que tenían botes salieron a rescatar gente, o salieron a pie, nadando, llevando a las personas a lugares más altos o a casas de dos pisos. En los barrios periféricos, a lo mejor en una cuadra hay solo una casa de dos pisos, y allí se refugiaban todos los vecinos. Y esto, hablando de los barrios de clase media. En los barrios más pobres el agua no entró hasta uno o dos metros dentro de las viviendas: directamente se llevó la vivienda completa.
La solidaridad ha sido y es increíble. No solo en donaciones, también en voluntarios, muchísima gente viene trabajando en la recolección, clasificación y envío. Muchos jóvenes. Algunos centros quedaron desbordados y han venido trabajando las 24 horas, sin parar. También está la contracara; comerciantes que aprovechan la situación y venden elementos imprescindibles al triple de su precio, intentos de asaltar los camiones que iban de otras ciudades con donaciones. Y la inoperancia de las autoridades que, la verdad, yo ya clasifico de criminal. Puedo comprender un poco el que en el momento de la tragedia no hayan respondido como deberían, pero no que dos días después todavía no fueran capaces de organizar una logística apropiada para paliar el desastre. Por un lado se veía los sitios de recepción de donaciones desbordados y por el otro gente que llamaba a los canales de televisión para decir "en mi barrio todavía no apareció nadie, por favor, hagan algo, no tenemos agua ni comida".
Se podrían contar historias increíbles de gente común y corriente, pero la solidaridad también se dio con organizaciones de diferente tipo, desde clubes de fútbol hasta entidades académicas, religiosas, escuelas... Y los jóvenes nos han dado toda una lección a los adultos; militantes políticos, religiosos, sociales, pibes de las escuelas, estudiantes de la universidad, muchos venidos de otras ciudades, trabajaron a destajo en todo lo que sea necesario, desde clasificar las donaciones hasta ayudar a los vecinos a limpiar sus casas, desde cargar y descargar camiones hasta recabar información de qué necesitan las familias.»
En este enlace del diario El Día podéis leer una historia estremecedora. «No me siento un héroe», afirma Gustavo Jofré. Pero gracias a su valor se salvaron la vida más de veinte personas.
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